El Vaticano confirmó el fallecimiento del papa Francisco. Tenía 88 años. Su última aparición fue ayer, en domingo de Pascua.
El papa argentino falleció a los 88 años, luego de dar su última bendición en Pascua. Foto: X Pontifex_es
Francisco murió en la mañana del lunes. El Vaticano lo anunció con un mensaje corto pero sentido. El cardenal Kevin Farrell fue quien lo comunicó. Dijo que a las 7:35, hora de Roma, el Papa partió “a la casa del Padre”.
Apenas un día antes, había aparecido en público. Desde el balcón de San Pedro, saludó a los fieles en Pascua.
Bergoglio tenía 88 años. Había estado internado por una neumonía grave. Salió del hospital en marzo. Los médicos aseguraban que su estado era delicado. Había pasado dos momentos críticos en los últimos meses.
El domingo, con la voz débil pero clara, dio su última bendición frente a miles de personas en la Plaza. Pidió libertad y tolerancia. Su mensaje fue breve, pero movilizó a todos los presentes.
Fue el primer Papa argentino y una figura clave del siglo XXI. Su legado va más allá de la Iglesia. En sus años como líder, rompió con varias tradiciones. Se acercó a los más vulnerables y habló sin filtro.
Nació en Buenos Aires, en 1936. De origen piamontés, creció en una familia sencilla, con abuelos muy presentes. Se formó en la Compañía de Jesús. Su abuela fue una gran influencia en su fe y carácter.
Pasó por etapas difíciles. En los 90, fue “exiliado” a Córdoba por internas religiosas. Pero volvió con fuerza. En 2013, desde el balcón del Vaticano, el mundo lo conoció como el Papa que venía “del fin del mundo”.
En uno de sus últimos mensajes, dio una serie de consejos para afrontar la polarización que atraviesa muchas sociedades. Recomendó evitar discusiones con personas que solo buscan dividir. También pidió enfocarse en hechos concretos y no en palabras vacías. Pidió también misericordia. No como un concepto abstracto, sino como guía para actuar en la vida diaria. Francisco insiste con poner a la persona por encima de cualquier otro interés. Defiende la vida tal como viene, sin condiciones ni requisitos.
El mensaje es claro. Frente a un mundo cada vez más centrado en lo material, propone rechazar la idolatría del dinero. Apunta a una economía que incluya a todos. Que no deje a nadie afuera. Que mire al ser humano primero.
En Argentina, sus ideas suenan fuerte. Muchos sienten que nos habla directamente. Que sus palabras tienen un peso especial acá. Como si conociera cada rincón del país y supiera lo que nos duele. A lo largo de su papado, Francisco destacó el trabajo del padre José María Di Paola. Más conocido como "el Padre Pepe". Lo describió como una persona auténtica, con una enorme capacidad de movilizar corazones.
Cuando se cumplieron ocho años de su pontificado, miles de mensajes llegaron desde los barrios más humildes. Más de cien mil personas le escribieron. Ese vínculo sigue intacto, sin importar la distancia.
Francisco nunca quiso ser una figura decorativa. Rechazó los honores y la vanidad. Muchos creen que no volvió al país porque no quiso creerse el personaje. Su forma de ser siempre fue más cercana al pueblo que a los protocolos. Algunos piensan que su visita, si hubiera ocurrido, habría sido una fiesta nacional. Pero él eligió otra cosa. Eligió mantenerse firme en sus convicciones, incluso si eso significaba renunciar al afecto directo.
En estos años, vio cómo se usaba su nombre para justificar decisiones o discursos ajenos. Se convirtió en un símbolo que todos querían usar. Por eso, tal vez, prefirió el silencio y la distancia.
El desafío ahora es otro. Traer al Papa sin que venga. No físicamente, sino a través de sus ideas. Con pequeños gestos diarios. Cuidando al otro. Poniendo al ser humano primero.
Su figura siguirá viva en el mundo. Tal vez más que si hubiese venido. Porque lo que importa no fue su presencia, sino lo que dejó como mensaje.

Francisco murió en la mañana del lunes. El Vaticano lo anunció con un mensaje corto pero sentido. El cardenal Kevin Farrell fue quien lo comunicó. Dijo que a las 7:35, hora de Roma, el Papa partió “a la casa del Padre”.
Apenas un día antes, había aparecido en público. Desde el balcón de San Pedro, saludó a los fieles en Pascua.
Bergoglio tenía 88 años. Había estado internado por una neumonía grave. Salió del hospital en marzo. Los médicos aseguraban que su estado era delicado. Había pasado dos momentos críticos en los últimos meses.
El domingo, con la voz débil pero clara, dio su última bendición frente a miles de personas en la Plaza. Pidió libertad y tolerancia. Su mensaje fue breve, pero movilizó a todos los presentes.
Fue el primer Papa argentino y una figura clave del siglo XXI. Su legado va más allá de la Iglesia. En sus años como líder, rompió con varias tradiciones. Se acercó a los más vulnerables y habló sin filtro.
Nació en Buenos Aires, en 1936. De origen piamontés, creció en una familia sencilla, con abuelos muy presentes. Se formó en la Compañía de Jesús. Su abuela fue una gran influencia en su fe y carácter.
Pasó por etapas difíciles. En los 90, fue “exiliado” a Córdoba por internas religiosas. Pero volvió con fuerza. En 2013, desde el balcón del Vaticano, el mundo lo conoció como el Papa que venía “del fin del mundo”.
Francisco nunca pisó suelo argentino
Muchos lo esperaban con ansiedad. Sin embargo, él eligió mantenerse lejos. Evitó visitas que pudieran prestarse a malos entendidos o apropiaciones políticas. Prefirió guardar distancia y hablar desde otro lugar. El cariño de la gente no cambió por eso. El pueblo argentino lo sigue teniendo presente. No físicamente, pero sí en sus gestos y enseñanzas. Desde el primer día, su figura fue tomada por todos, incluso por quienes solo buscaban sacar provecho.En uno de sus últimos mensajes, dio una serie de consejos para afrontar la polarización que atraviesa muchas sociedades. Recomendó evitar discusiones con personas que solo buscan dividir. También pidió enfocarse en hechos concretos y no en palabras vacías. Pidió también misericordia. No como un concepto abstracto, sino como guía para actuar en la vida diaria. Francisco insiste con poner a la persona por encima de cualquier otro interés. Defiende la vida tal como viene, sin condiciones ni requisitos.
El mensaje es claro. Frente a un mundo cada vez más centrado en lo material, propone rechazar la idolatría del dinero. Apunta a una economía que incluya a todos. Que no deje a nadie afuera. Que mire al ser humano primero.
En Argentina, sus ideas suenan fuerte. Muchos sienten que nos habla directamente. Que sus palabras tienen un peso especial acá. Como si conociera cada rincón del país y supiera lo que nos duele. A lo largo de su papado, Francisco destacó el trabajo del padre José María Di Paola. Más conocido como "el Padre Pepe". Lo describió como una persona auténtica, con una enorme capacidad de movilizar corazones.
Cuando se cumplieron ocho años de su pontificado, miles de mensajes llegaron desde los barrios más humildes. Más de cien mil personas le escribieron. Ese vínculo sigue intacto, sin importar la distancia.
Francisco nunca quiso ser una figura decorativa. Rechazó los honores y la vanidad. Muchos creen que no volvió al país porque no quiso creerse el personaje. Su forma de ser siempre fue más cercana al pueblo que a los protocolos. Algunos piensan que su visita, si hubiera ocurrido, habría sido una fiesta nacional. Pero él eligió otra cosa. Eligió mantenerse firme en sus convicciones, incluso si eso significaba renunciar al afecto directo.
En estos años, vio cómo se usaba su nombre para justificar decisiones o discursos ajenos. Se convirtió en un símbolo que todos querían usar. Por eso, tal vez, prefirió el silencio y la distancia.
El desafío ahora es otro. Traer al Papa sin que venga. No físicamente, sino a través de sus ideas. Con pequeños gestos diarios. Cuidando al otro. Poniendo al ser humano primero.
Su figura siguirá viva en el mundo. Tal vez más que si hubiese venido. Porque lo que importa no fue su presencia, sino lo que dejó como mensaje.
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